Para algunos expertos, existen nuevas formas de enseñar y aprender basadas en otros principios y con objetivos diferentes. Una de ellas es la denominada “educación lenta”.
La “educación lenta” es un movimiento pedagógico surgido en 2002 que propone desacelerar los ritmos educativos para adaptarlos a los ritmos de aprendizaje del alumnado. Esta corriente tiene en cuenta los resultados, pero también el proceso y se enmarca dentro de una forma de entender la vida. En este sentido, los ritmos de aprendizaje pueden tener vinculación con los siguientes factores: edad, madurez psicológica, motivación, preparación previa, dominio cognitivo de estrategias, uso de inteligencias múltiples, etc.
Si bien este movimiento nos puede parecer una novedad a nivel educativo, sus ideas principales vienen de lejos. Los antiguos ya nos advertían del conflicto entre la velocidad (cronos) y el tiempo necesario para hacer las cosas correctamente (kairós). Filósofos como Platón o Aristóteles ya nos alertaron sobre los peligros de la formación compulsiva o sobre lo importante que es gestionar nuestro propio ocio y tiempo para nosotros mismos. Otros referentes pedagógicos como Rousseau, Piaget o Dewey teorizaron sobre la necesidad de adaptar la educación del niño, de no sobrecargar los planes de estudio y sobre no “quemar” fases, recalcando que el niño no es un adulto en miniatura, si no un sujeto específico que necesita un tiempo para su aprendizaje. De esta forma, no deberíamos llevar al terreno de la infancia el competitivo mundo de los adultos ya que, como dijo Paulo Freire, sobrecargar de tareas no deja ser niño.
Aún con estos referentes, el “slow schooling” no tomó cuerpo hasta inicios del nuevo milenio. En el año 2001, el decano de Harvard, Harry Lewis, publicó una carta a los nuevos estudiantes con el título de “Ir más despacio”, alertado por la demanda de algunos estudiantes de poder completar antes los estudios universitarios. Al año siguiente, el pedagogo Maurice Holt publicó el manifiesto “slow schooling” que alertaba sobre la uniformidad de currículos, la acumulación memorística de contenidos y la estandarización de pruebas. Por el contrario, propugnaba el estudio a un ritmo más lento, la interrelación de conocimientos y la profundización en los temas.
Así pues, estas ideas fueron calando y comenzaron a establecerse diferentes escuelas que tienen estos preceptos en mente: la escuela Apple Tree en Japón, las escuelas Waldorf (que ya podemos encontrar en nuestro país) o el propio modelo educativo finlandés son deudores de las ideas Slow.
Quizás la principal dificultad a la que deben hacer frente los partidarios de la educación lenta es el sistema educativo y sus herramientas para cuantificar la educación. Actualmente, los resultados académicos y los instrumentos que los miden (notas, exámenes, deberes…) son fundamentales para determinar el éxito o fracaso de la educación. Así pues, ¿cómo se enmarca la educación lenta en este contexto?
Joan Domènech, en su libro «Elogio de la Educación Lenta«, aporta muchas ideas interesantes para completar nuestro conocimiento sobre esta corriente, e intentar aplicarla en el diseño de los procesos de aprendizaje.
Algunos centros educativos ya aplican estos principios, incluso sin enmarcarlos en esta nueva corriente pedagógica. Lo importante es encontrar el equilibrio e introducir aquellos aspectos que pueden resultar más interesantes para el desarrollo integral del alumnado.
Fuente: Educaweb y Aula Planeta