La palabra “transparencia” se ha colado en el guión del discurso político y empresarial con más ruido que sustancia, más como un mal necesario que como una oportunidad. Ya sabemos que es mucho más fácil hablar de ella que practicarla porque la cultura de la apariencia, el secretismo y la opacidad han calado hasta los huesos nuestro modelo de convivencia.
Desde que pusieron las cámaras a los teléfonos móviles, la transparencia ya no es una opción. Es una realidad. Abundan los medios para burlar el silencio. Hoy, la gente saca fotos con la cámara de su teléfono móvil y la cuelga en un blog. Así de fácil.
Sin embargo, alrededor de la transparencia en política, periodismo, o en los negocios, se manifiestan cuatro posturas bastante diferenciadas:
Si bien las posturas son estas cuatro, solo quedan dos caminos: los dos primeros. Los empresarios que habitan en los niveles 3 y 4 comprenderán que se está reduciendo el margen para hacer cosas sin ser observados. Una cosa es la actitud, y otra la realidad. En un entorno en el que la reputación de una organización o de una persona puede quedar hecha añicos con un simple “clic” de ordenador, la transparencia entrará en la política, las empresas y la sociedad como elefante en chatarrería, quieran o no sus protagonistas.
El abandono de las dos últimas posturas (dar la espalda a la transparencia por considerarla una amenaza o una utopía) se dará de forma natural, forzados por las circunstancias. Los reclamos de transparencia entrarán en las organizaciones de una forma u otra. Por eso, el verdadero dilema del futuro (y del presente) estará en elegir entre los niveles 1 y 2, es decir, entre los que adopten la transparencia como una oportunidad o como un mal necesario.
Los resultados serán muy distintos si el empresario la asume con convicción a si lo hace por conveniencia impuesta. La primera postura ayuda a construir confianza, que es la energía vital que propulsa el círculo virtuoso de la transparencia.
En el ámbito público, el de la Administración, Alberto Ortiz de Zarate explica tres formas de transparencia: 1) Activa: la obligación de publicar determinada información sin que se la pidan, 2) Pasiva: un derecho de los usuarios/ciudadanos a acceder a la información pública que soliciten, 3) Colaborativa: Deber de la Administración de publicar los datos crudos y derecho de la ciudadanía a procesarlos para producir nueva información.
En el periodismo, dado que (como dice David Weinberger) “la objetividad promete algo que no puede cumplir” y “sólo podemos verla como una aspiración”, su sustituta directa es la transparencia. La idea es que al menos se explique con claridad cómo se han recogido los datos y se ha escrito el artículo, así como quién es, cómo piensa y qué limitaciones puede tener el reportero para ser objetivo. Esa transparencia debe quedar patente tanto sobre el autor del artículo, como las fuentes.
La Wikipedia es otro ejemplo interesante. Si los artículos de la Wikipedia se examinaran como un proceso, y no como un mero resultado (algo que se hace poco), si se revisa la genealogía del artículo como una película, y no sólo la última foto, sorprendería la carga de inteligencia que encierran las conversaciones, debates, argumentos, contra-argumentos y reflexiones que se producen alrededor de un término por parte de muchas personas. Todo está documentado, así que ver la película, más que la foto, es una gran metáfora del “código abierto” y del aprendizaje que encierra la transparencia. Es un valor añadido tan importante como disponer del diccionario mismo.